Los prisioneros políticos venezolanos enfrentan una forma de tortura que no deja marcas visibles, pero sí heridas profundas en el alma: el «ruleteo».
Esta práctica, cruel y deliberada, consiste en trasladar a los detenidos de una cárcel a otra sin previo aviso, sin informar a sus familiares ni a sus abogados, sumiéndolos en un abismo de incertidumbre y desesperación.
Es un mecanismo de terrorismo psicológico que no solo castiga al preso, sino que extiende su sufrimiento a quienes lo aman, convirtiendo la angustia en una cadena que aprisiona a todos.
Imagina despertar un día y descubrir que tu ser querido, encarcelado por alzar su voz contra la dictadura de Nicolás Maduro y sus cómplices, ha desaparecido sin dejar rastro.
No hay llamada, carta ni explicación alguna. Los esbirros del régimen, con un silencio cómplice, se limitan a encoger los hombros mientras el corazón de una madre, un padre, un hijo o un cónyuge se desgarra en la espera.
¿Dónde está? ¿Está vivo? ¿Lo están torturando?
La falta de respuestas es un arma afilada que corta la esperanza y siembra el miedo.
El ruleteo no es un simple traslado administrativo; es una estrategia calculada para deshumanizar.
Los prisioneros son arrancados de un entorno, por más hostil que sea, y arrojados a otro sin previo aviso.
Pierden el contacto con sus allegados, quienes les llevaban alimentos, medicinas y articulos de higiene personal.
Pierden contacto con sus abogados que luchan por defender sus derechos en un sistema que los ignora.
Pierden el frágil vínculo con sus familias, que a menudo deben recorrer cientos de kilómetros, de cárcel en cárcel, en una búsqueda desesperada por encontrarlos.
Cada traslado es un recordatorio brutal: “No tienes control, no tienes derechos, no eres nada”.
Esta práctica no solo viola los derechos humanos fundamentales, consagrados en tratados internacionales que Venezuela ha suscrito, sino que también expone la crueldad de un régimen que utiliza el sufrimiento como herramienta de tortura.
El ruleteo es terrorismo psicológico en su forma más pura: inflige dolor emocional no solo al detenido, sino a todos los que lo rodean.
Es un castigo colectivo diseñado para quebrar el espíritu de la disidencia, silenciando no solo a los presos, sino también a quienes podrían alzar la voz por ellos.
Las historias de los prisioneros políticos venezolanos son un grito que clama al cielo.
Hombres y mujeres que, por defender la libertad, la justicia o la verdad, son sometidos a este juego macabro.
Sus familias viven en un estado de ansiedad perpetua, atrapadas entre la esperanza de encontrarlos y el temor de lo que podrían descubrir.
Los abogados, por su parte, enfrentan un sistema opaco que les niega información básica, obstaculizando su labor y perpetuando la impunidad.
Es hora de alzar la voz contra esta aberración.
El ruleteo no es solo una violación de los derechos humanos; es un ataque a la dignidad humana, un intento de reducir a las personas a meros objetos de control.
La comunidad nacional e internacional, las organizaciones de derechos humanos y cada ciudadano de conciencia deben exigir el fin de esta práctica inhumana.
Los prisioneros políticos no son peones en un tablero; son seres humanos con familias, sueños y derechos que no pueden ser pisoteados.
A los responsables de este sufrimiento, les decimos: no podrán silenciar la verdad con traslados clandestinos ni con celdas oscuras.
Cada acto de crueldad fortalece la resistencia de un pueblo que no se rinde.
Y a las familias de los prisioneros, les decimos: no están solos. Su dolor es nuestro dolor, y su lucha es la de todos los que creen en la justicia.
El ruleteo debe terminar. La tortura psicológica debe cesar. La libertad y la dignidad deben prevalecer.
Por los prisioneros políticos venezolanos, por sus familias, por la humanidad: no más silencio, no más ruleteo, no más terror.
¡Algo tiene que pasar, y pasará pronto!