El chisme representa mucho más que un simple pasatiempo. Puede arruinar una reputación, fortalecer alianzas y hasta salvar del aislamiento a quienes buscan conexiones. Su papel en la sociedad, lejos de limitarse al susurro malicioso, responde a necesidades profundas de cohesión y aprendizaje. Expertos afirman que el chisme está presente en la cultura y tienen una función.
Nicole Hagen Hess, antropóloga de la Universidad Washington State (EEUU), afirmó que “el chisme está presente en todos nosotros y en cada cultura cuando se dan las circunstancias adecuadas”, lo que explica su universalidad y persistencia en la vida cotidiana.
Este intercambio de información relevante para la reputación de las personas, abarca tanto la charla informal entre amigos sobre una camisa nueva como los rumores sobre compañeros de trabajo o celebridades.
Hess explica que ni siquiera se requiere la ausencia de la persona de la que se habla: basta con referirse a alguien, presente o no, para que exista chisme. No se limita a hablar a espaldas de alguien con mala intención.
La especialista sostiene que este comportamiento ayuda a las personas a compartir datos útiles para navegar las reglas y las jerarquías sociales, y ofrece una vía para avisar sobre relaciones de confianza, riesgos o alianzas.
Frank McAndrew, profesor de Psicología en Knox College de Illinois (EEUU) dijo que la capacidad para captar información sobre los demás representa una herramienta evolutiva.
“Somos descendientes de personas que eran buenas en esto”, aseguró. Saber “quién se acuesta con quién” o “quién tiene poder” ofrecía una ventaja clave entre los primeros humanos.
Según McAndrew, quienes se interesaban por la vida social sobrevivieron mejor y prosperaron. Esta habilidad, lejos de extinguirse, se canaliza hoy en la vida cotidiana y en el mundo digital: las redes sociales y los medios nos invitan a prestar atención incluso a desconocidos célebres, porque nuestro cerebro considera la información social como valiosa.
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