
Joven, con cara angelical y una vida rodeada de lujos en pleno Manhattan, pero con una personalidad desafiante y una rebeldía difícil de controlar. Así era la vida de Daphne Abdela a los 15 años. Su nombre pasó desapercibido en Nueva York hasta la noche del 23 de mayo de 1997. Ese día empezó a resonar y lo hizo con fuerza durante mucho tiempo. Fue acusada de matar a un hombre en Central Park, uno de los lugares más concurridos de esa ciudad. Junto a su entonces novio, de 16, cometieron atrocidades con el cuerpo de la víctima. Los rostros de los adolescentes coparon los medios de comunicación y nadie lograba entender el motivo del crimen. Los arrestaron, los enviaron a juicio y los condenaron. Pero, cuando ella recuperó la libertad, tuvo un gesto que no pasó desapercibido y sacó a la luz su lado más perverso, si es que aún podía haber más: volvió al lugar del hecho a dejar un perturbador mensaje de puño y letra.
Por La Nación
Daphne Abdela nació en 1982. Tenía pocos meses de vida cuando perdió a sus padres en un accidente automovilístico. Al no contar con familiares cercanos que pudieran hacerse cargo de ella, fue enviada a un orfanato. Poco tiempo después Angelo y Catherine Abdela, un matrimonio conformado por un empresario de alimentos israelí y una exmodelo francesa, que tenían el sueño de formar una familia, la adoptaron. Los tres residían en el lujoso edificio Majestic, ubicado en el 115 de Central Park West, justo frente al imponente y famoso parque, una zona muy exclusiva.
Los primeros años transcurrieron sin sobresaltos y la pareja se dedicó a viajar y a consentir a su única hija. Sin embargo, a medida que crecía, Daphne comenzó a comportarse muy hostil con ellos, tenía problemas de conducta en la escuela y a los 12 años comenzó a beber alcohol. En medio de su turbulenta adolescencia había encontrado una pasión que la ayudaba a salir -aunque fuera de a ratos- de su caos interno: el patinaje. Y fue gracias a eso que conectó con un joven llamado Christopher Vásquez, a quien conoció en la pista de Central Park y que parecía ser el único que la entendía.
En ese entonces, Vásquez, un joven introvertido de 16 años, vivía con su mamá en la calle 97 en Harlem. A los nueve años le habían diagnosticado agorafobia, algo que hacía que le costara mucho socializar y hacer amigos. Pese a eso, se esforzaba por llevar una vida normal y relacionarse con su entorno: fue boy scout y monaguillo de la iglesia de su barrio. Conocer a Daphne sin dudas lo cambió para siempre. Pasaban mucho tiempo juntos y poco a poco dejaron atrás la amistad y comenzaron una relación amorosa que terminó el día en el que sus vidas quedaron marcadas por un hecho feroz.
Estar en el momento y el lugar equivocado
El viernes 23 de mayo de 1997 caía la tarde y los jóvenes estaban en el Central Park, donde se habían encontrado para patinar. Después de pasar un largo rato, vieron a un grupo de hombres reunidos que bebían sentados en uno de los bancos a pocos metros de ahí. Entrada la noche, se acercaron a hablarles y a uno en particular, identificado como Michael McMorrow, lo invitaron a beber con ellos alejados del resto y él aceptó. Sin saberlo, acababa de firmar su sentencia de muerte.
McMorrow era un agente inmobiliario de 44 años, robusto y de casi 1.90 de altura, que por ese entonces vivía con su madre en la Segunda Avenida y la calle 93. Tenía problemas con el alcohol y solía juntarse con sus amigos a beber cerveza en el Central Park. Aunque en un principio no encontraron un vínculo con los jóvenes, luego se supo que había visto a Daphne en algunas ocasiones en las reuniones de alcohólicos anónimos de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) a las que la enviaban sus padres.
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