
Gabriel García Márquez recordaba que cuando era niño escuchó la «Odisea» en la voz de una venezolana. Lo mismo sucedería con «Don Quijote» o «El conde de Montecristo».
Por BBC Mundo
«El primer cuento formal que conocí fue ‘Genoveva de Brabante’, y se lo escuché a ella junto con las obras maestras de la literatura universal, reducidas por ella a cuentos infantiles», escribió el autor en su libro de memorias «Vivir para contarla».
En 1982, año en que gana el Premio Nobel de Literatura, el maestro del realismo mágico escribió una columna en el diario El Espectador que tituló: «Memoria feliz de Caracas».
Además de hacerle un homenaje a esa ciudad, le rindió un tributo a esa mujer:
«Nadie me enseñó tanto sobre esa ciudad irreal, como la gran mujer que pobló de fantasmas los años más dichosos de mi niñez. Se llamaba Juana de Freites, y era inteligente y hermosa, y el ser humano más humano y con más sentido de la fabulación que conocí jamás».
«Todas las tardes, cuando bajaba el calor, se sentaba en la puerta de su casa en un mecedor de bejuco, con su cabeza nevada y su bata de nazarena, y nos contaba sin cansancio los grandes cuentos de la literatura infantil. Los mismos de siempre, desde Blanca Nieves hasta Gulliver, pero con una variación original, todos ocurrían en Caracas».
Juana sería una figura especial en la historia del autor, así como lo fueron otros venezolanos.
«Mi padre y mi madre tuvieron muchos amigos venezolanos», le cuenta a BBC Mundo Gonzalo García Barcha, hijo menor del escritor.
I
Los exiliados
En 1977, tras la muerte de un familiar, Venancio Bermúdez fue al cementerio de Aracataca, el pueblo en el que nació García Márquez, y vio más de 25 tumbas de militares.
«Eso me impactó», me cuenta desde Fundación, municipio ubicado a unos 8 kilómetros de Aracataca.
«Cuando llegué a la casa, le pregunté a mi abuelo: ‘¿Por qué hay tanto militar sepultado en Aracataca y aquí, en Fundación, solo hay uno?’. Me dijo: ‘Siéntate’. Y empezó: ‘Es que hubo una guerra…’».
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