
Lo primero que hace Yaimara Osorio tras sentarse a hablar con este periódico es aclarar que en los nueve años desde que su madre fue asesinada nunca ha dado una entrevista. Le da un sorbo a su café, suspira y comienza su narración, intentando no quebrarse.
Por El País
Yaimara explica que antes no estaba en condiciones de hablar con la prensa ni le apetecía hacerlo, a pesar del interés mediático que despertó aquel crimen espeluznante del 22 de junio de 2016, cuando un exmarine estadounidense mató con un arma blanca a un cliente ecuatoriano y dos trabajadoras cubanas de un despacho de abogados de Madrid, antes de prender fuego al inmueble para borrar las huellas. Pero ahora Yaimara se siente con fuerzas y tiene una denuncia que hacer. Tras el crimen, el asesino, Dahud Hanid Ortiz, huyó a su país de origen, Venezuela, donde fue detenido en 2018 y condenado en 2024 a 30 años, después de que España renunciara a la jurisdicción al no aceptar las autoridades de Caracas su extradición al país donde cometió los asesinatos. Sin embargo, Ortiz ha sido liberado en EE UU tras haber pasado solo seis años y nueve meses entre rejas gracias a su sorprendente inclusión, el viernes 18 de julio, en un canje de presos de ese país con Venezuela. Las familias de las tres víctimas están hundidas: a la puesta en libertad del asesino de sus parientes se suma el hecho de que las autoridades españolas se han puesto de perfil en este caso y han ignorado su dolor.

“No se han dignado a llamarnos”, dice Yaimara. “Sé que nos pueden decir que pueden hacer poco, que este asunto pasó a otra jurisdicción, pero lo que no podemos entender es el silencio”.
Las familias se enteraron de la liberación del criminal el lunes 21, poco antes de que saltara a la prensa. Les llamó el dueño del despacho, Víctor Salas, un letrado de origen peruano y el hombre a quien el asesino iba buscando en venganza por haber mantenido aquel una relación amorosa con su mujer, Irina Treppel. El fin de semana posterior al canje de presos, la Policía alemana había avisado a Irina, que reside en aquel país, y ella llamó a Víctor para contárselo. Indignado, el abogado sintió que debía hablar con los medios de comunicación, pero antes se lo comunicó a los familiares.

“Tengo que darte una muy mala noticia”, le dijo a Yaimara.
Ella pensó que era algo relacionado con la indemnización como víctimas de un delito violento, que todavía están esperando. Lo que le dijo Víctor ni siquiera se le había pasado por la cabeza: “El asesino ha sido liberado como un preso político”.

Yaimara tenía una relación muy estrecha con su madre, Maritza Osorio Riverón, de 51 años, que ejercía de secretaria en el despacho. “Éramos como amigas, era mi compañera de fiestas”, cuenta. Relata lo duro que fue hace nueve años recibir la noticia del crimen por medio de un primo, correr al despacho, cruzar el cordón policial y encontrarse en la acera los cadáveres, cubiertos por sábanas. “Lo peor fue que me obligaron a reconocer el cuerpo. Esa imagen en la vida se me va a olvidar”.
Ahora, durante esta entrevista en una cafetería de Madrid pide que quede plasmado un mensaje: “¿Cómo es posible que no nos hayan dicho nada sobre algo tan grave como la liberación del asesino, que hasta los propios detectives policiales nos dijeron que nunca habían visto un crimen así?».
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