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jueves 7 de agosto 2025
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Omar González MorenoOpinión

El gran descaro, por Omar González Moreno

En un acto que destila cinismo y desprecio por el sufrimiento de millones de venezolanos, el expresidente de Ecuador, Rafael Correa, ha tenido la osadía de confesar públicamente que trabaja como asesor económico del régimen de Nicolás Maduro, a quien ha calificado como un “ser humano muy generoso, bondadoso y pacífico”.

Un verdadera burla del drama catastrófico que sufre la población venezolana por el desastre económico, político y social provocado por la narcodictadura de Maduro y sus secuaces.

Estas palabras, pronunciadas en una entrevista con el medio El Español, no solo son una bofetada a la realidad que viven los venezolanos, sino una revelación descarada de la complicidad de Correa con un régimen que ha sumido a Venezuela en una de las peores crisis humanitarias de la historia moderna.

Pareciera que a Correa le están pagando mucha plata para que Maduro termine de destruir y saquear a Venezuela

Mientras Correa alaba la supuesta bondad de Maduro, millones de venezolanos languidecen en la miseria.

El pueblo venezolano no conoce la generosidad que Correa ensalza, sino el hambre, la desesperación y la opresión.

Según datos de la ONU, más de 8 millones de venezolanos han huido del país en la última década, escapando de una economía colapsada, un sistema de salud inexistente y una represión brutal que no distingue entre disidentes políticos y ciudadanos comunes que solo buscan sobrevivir.

La inflación en Venezuela, que alcanza cifras astronómicas, ha reducido los sueldos a niveles miserables, con un salario mínimo que no supera ni los 10 dólares al mes, una cantidad que no alcanza para nada.

Mientras tanto, Correa, con su equipo de exministros operan desde Caracas, se atreve a atribuirse “mejoras” en la economía venezolana, ignorando la falta de empleo formal, el aumento de la pobreza y el éxodo masivo que desangra al país.

La hipocresía de Correa es tan flagrante como insultante.

En su intento por justificar el desastre económico venezolano, atribuye todos los males al falso “bloqueo internacional”, una narrativa conveniente que evade la responsabilidad de un régimen que ha dilapidado la riqueza petrolera de la nación y hasta metido hata los tuétanos en elbm tráfico de drogas, de personas y del oro de sangre.

Venezuela, que alguna vez fue el principal productor de petróleo del mundo, pasó de exportar mas de 100.000 millones de dólares anuales a apenas 700 millones, por la corrupción endémica y la ineptitud de un régimen que el profugo de la justicia de su pais, Rafael Correa defiende con fervor.

¿Dónde está la generosidad de Maduro cuando los venezolanos buscan comida en la basura, cuando los hospitales carecen de medicinas y cuando la represión silencia cualquier voz que se alce contra la injusticia?

La respuesta es clara, que esa generosidad solo existe en la retórica de Correa, un hombre que parece haber perdido toda conexión con la realidad.

La confesión de Correa no solo revela su rol como cómplice del régimen chavista, sino que también expone su desprecio por el pueblo venezolano y su propia despreciable historia de corrupción y abusos.

Mientras elogia a Maduro, comparándolo absurdamente con figuras como Nelson Mandela o José Mujica, ignora las denuncias de organismos internacionales, como la Misión Internacional Independiente de la ONU, que documentan asesinatos, torturas, detenciones arbitrarias y crímenes de lesa humanidad cometidos bajo el mandato de Maduro.

¿Es esta la “paz” que Correa atribuye a su aliado? ¿Es esta la “bondad” que defiende mientras los venezolanos mueren de hambre y son perseguidos por pensar diferente?

Con razón la justicia ecuatoriana lo quiere ver tras las rejas para que pague por los delitos cometidos.

Pero como Venezuela se ha convertido en país sometido por una mafia de delincuentes, Correa se siente a sus anchas.

El impacto de las palabras de Correa trasciende las fronteras venezolanas y resuena con fuerza en Ecuador, donde su movimiento, Revolución Ciudadana, es tan despreciado como el chavismo en Venezuela.

Su abierta defensa de Maduro y su rol como asesor económico del régimen fueron factores clave en la derrota de su candidata, Luisa González, en las elecciones presidenciales de 2025.

Los ecuatorianos, conscientes de la devastación que el modelo del “Socialismo del Siglo XXI” ha causado en Venezuela, rechazaron en las urnas la sombra de un proyecto político que Correa insiste en glorificar.

Su confesión no solo es una traición a los valores democráticos, sino también una mancha imborrable en su prontuario, que lo pinta como un apologista de la tiranía.

La pregunta que queda es: ¿hasta dónde llega la ceguera ideológica de Rafael Correa? Su defensa de Maduro no es solo un error de juicio; es una afrenta deliberada a los millones de venezolanos que sufren las consecuencias de un régimen que él se atreve a calificar de “bondadoso”.

Mientras los venezolanos luchan por sobrevivir con sueldos miserables, mientras las madres lloran a sus hijos perdidos en la represión o en la diáspora, Correa elige alinearse con el opresor, cobijado por el privilegio de ser camarada del cabecilla de cartel de los soles y el tren de Aragua.

Su confesión no es solo descarada; es un recordatorio cruel de cómo el poder y la ideología pueden nublar la empatía y la humanidad.

Es hora de que el mundo, y en particular América Latina, repudie con contundencia esta complicidad.

Los venezolanos no necesitan más alabanzas vacías ni de delincuentes asesores que maquillen la tragedia con discursos.

Necesitan justicia, libertad y un futuro donde la “bondad” no sea una palabra vacía pronunciada por quienes, como Correa, han elegido ponerse del lado del verdugo.

Que su confesión sirva como un grito de alerta sobre no permitir que la miseria de un pueblo sea minimizada por aquellos que, desde sus retorcidos comportamiento1s éticos y morales, defienden lo indefendible.

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