
Danny Ocean está en un momento extraño y brillante. Acaba de lanzar el disco más tropical, accesible y comercial de su carrera, y al mismo tiempo, el más íntimo y visceral. Babylon Club no solo expande los límites sonoros del artista venezolano, sino que encierra una narrativa profunda: la de un músico migrante que, tras años de exilio, éxito y búsqueda, ha decidido hacer una pausa para mirarse, reconocerse y celebrarse. Es una obra que suena a mar, pero también a memoria, a fiesta, y también a fe.
Por Jesús Soto Fuentes | Rolling Stone en Español
La entrevista con ROLLING STONE en Español ocurre justo después de terminar el disco, un momento de transición donde Danny se permite reflexionar con una honestidad desacostumbrada. No hay poses ni respuestas automáticas. Lo que hay es gratitud, cansancio, claridad, un poco de nostalgia y una fe intacta en el poder de la música para reconectar con lo que importa. “Estoy bien contento, la verdad. Este disco me lo vacilo full. A veces uno es muy picky con su trabajo, pero con este… me siento bien”, dice Danny Ocean.
Hay un hilo invisible que une todo lo que Danny Ocean ha hecho desde el día uno: Venezuela. Puede no estar explícita en cada canción, pero está ahí, como una vibración de fondo. En Babylon Club, ese lazo se siente más que nunca. Aunque el disco está lleno de colores, playas y sonidos bailables, hay una nostalgia honda detrás. La nostalgia del que se fue, del que extraña, del que canta con el cuerpo en Miami o Ciudad de México, pero con el alma en Caracas.
Danny es parte de una generación que emigró en masa, arrastrada por una crisis política, social y económica que lo obligó a dejar su país, sus amigos, su infancia, todo. Y aunque su música ha alcanzado millones, el dolor de no poder cantar en Venezuela sigue siendo un vacío que ningún sold out puede llenar.
“Nunca he podido hacer un show en Venezuela. Eso es un dolor. Me encanta que me reciban en Latinoamérica, pero el dolor de no cantar en tu país… pesa”, lamenta.
Lo más poderoso es cómo ha transformado ese dolor en arte. ‘Me rehúso’, su canción más famosa, fue también una canción de despedida. La historia de alguien que se va, obligado, y que deja a alguien amado atrás con la esperanza de volver a verlo. Lo que muchos interpretaron como una canción romántica, es, en realidad, un canto de exilio. Una carta emocional de un joven que tuvo que abandonar todo lo que conocía. “La canción que me puso en el radar es una canción sociopolítica. Si el universo me dio esa canción y me cambió la vida con ese mensaje, ¿cómo no voy a decir algo de lo que me tocó vivir?”, comenta.
Y lo dice sin resentimiento. No desde la rabia, sino desde la convicción de que ser venezolano en el mundo no es solo una identidad: es una misión. Cada vez que canta, lo hace por los que se quedaron, por los que se fueron, por los que siguen resistiendo. Por eso elige sus palabras, por eso evita el ego en sus letras, por eso pone tanto cuidado en lo que representa. “Si fuese por mí, me hubiese quedado como compositor. Pero lo que me impulsa es algo externo: Venezuela. Huyo de eso y me desconecto del universo”.
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